MÉXICO, D.F. (apro).- Se entusiasmó Vicente Leñero cuando le describí la fotografía: Rafael Sebastián Guillén Vicente, el Subcomandante Marcos, aparece sonriente en su salón de clases de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) mientras pinta con su mano derecha unos “caracolitos”.
–Tenemos que conseguirla –resolvió. Te acompaño.
Yo había llegado corriendo a Proceso llevando conmigo una foto del joven profesor Guillén Vicente –con la que se ilustró la portada de la edición 981 de la revista dirigida por Julio Scherer García, el 21 de agosto de 1995–, pero la que emocionó a Leñero no la quería soltar Lourdes Valderrama, la joven que la tomó.
Lourdes había sido alumna del futuro guerrillero en la carrera de diseño en la UAM Xochimilco, a principios de los ochenta, y me había proporcionado información inédita que, junto con la de otros entrevistados que lo conocieron, dieron forma a un amplio reportaje. Pero faltaba la foto de los “caracolitos”.
Lourdes me había dicho que admiraba a Vicente Leñero y que le había encantado la entrevista que le hizo a Marcos tras el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Fue él quien la persuadió, reunidos los tres al día siguiente.
Caballeroso, fino, Leñero le dijo a Lourdes que sus fotografías constituían un material de excepcional valor periodístico y que, si ya nos había proporcionado una, confiaba en su generosidad para facilitarnos la otra, la que retrataba como ninguna la personalidad de Marcos.
Lourdes Valderrama sonrió y le entregó a Leñero la foto magnífica.
–Te tengo un presente –le dijo Leñero. Y le entregó un portafolio con las mejores fotos de Marcos, que le había encargado reunir al entonces coordinador de Fotografía, Juan Miranda.
La foto obtenida por el fundador y subdirector de Proceso –quien falleció hoy miércoles 3 de diciembre– se publicó con un “pie” que decía: “La mano de Rafael Guillén”.
La “cabeza” del reportaje, como se estilaba en ese tiempo en Proceso, fue: “Rafael Guillén en la UAM-Xochimilco de los años 80: ‘inteligencia filosa y certera’, ‘humor privilegiado’, ‘desmadroso y chacotero’.” Y el “balazo”: “El profesor barbado y narigón de la carrera de Diseño para la Comunicación Gráfica”.
Este es un fragmento del reportaje:
Los alumnos, incrédulos, se miraban entre sí. No entendían por qué, si se habían inscrito en Diseño Gráfico para la Comunicación –“carrera de gente bonita” –, el profesor barbado y melenudo de prominente nariz les anunciaba que en el trimestre de Teoría debían leer a Michel Foucault, a Carlos Marx, a Louis Althusser… a Mao Tse Tung.
“¿Qué tiene esto que ver con el diseño gráfico?”, se preguntaban los alumnos de esa carrera que se impartía en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), plantel Xochimilco.
Al cabo de unas semanas, algunos desertaron, ahuyentados por ese enfoque, en el que se proponía “un diseño con carácter social”.
Los que se quedaron, “niños bien, niños mal, de todo”, terminaron por tomarle afecto al “dicharachero” profesor –siempre con una pipa entre los labios o en la mano– y hasta le impusieron, inspirados en su apellido paterno, el mote de Guillomas.
Descrito por sus alumnos y compañeros profesores de la UAM Xochimilco, Rafael Sebastián Guillén Vicente –quien el gobierno atribuye desde el 9 de febrero la identidad del subcomandante Marcos– era, a sus casi 22 años, un hombre de “inteligencia filosa y certera”, de “humor privilegiado”, “sencillo en el trato” y más bien discreto sobre sí mismo y sus actividades extramuros.
Jamás, refieren los testimonios de quienes lo conocieron, se inmiscuyó en la efervescencia sindical, estudiantil o magisterial de entonces.
Contratado como profesor asistente de medio tiempo, con la credencial número 5990, la relación de afiliados al sindicato de la UAM no registra el nombre de Guillén Vicente.
Daba la impresión, dicen sus amigos de entonces, que ni le interesaba el sindicalismo, pese a que su clase era eminentemente política y la dinámica de la carrera y del plantel era de permanentes y acalorados debates.
En contraste con Salvador Morales Garibay, quien delató a los presuntos líderes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), y quien también trabajó en la División de Ciencias y Artes para el Diseño –primero como almacenista y luego como maestro de serigrafía–, Rafael Sebastián sedujo con su personalidad lo mismo a estudiantes que a maestros desde el 16 de enero de 1979, cuando ingresó a la UAM, según evocan ellos mismos.
“Tenía una relación cordial con todo el mundo; era desmadroso, chacotero la carrilla en el sentido norteño de la palabra”, recuerda Mauricio Gómez Morín Fuentes, maestro que trabó una “relación laboral y de amistad” con Guillén Vicente, también apodado “Cachumbabé”.
Una de sus alumnas, Lourdes Valderrama, captó en una fotografía el “maravilloso sentido del humor” del Rafael de esos años.
–Déjame tomarte una foto, Guillomas –solicitó Lourdes con familiaridad a su profesor quien, juguetón, intentó sin éxito evitarla.
El disparo de la cámara sobrevino cuando Rafael levantó el brazo izquierdo y flexionó los dedos para dibujar unos “caracolitos”, al mismo tiempo que, bromista, sonriente, exclamó:
–¡No me estés chingando!
“Era simplemente maravilloso”, resume la diseñadora…
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